27 Feb 2025 La gobernanza depende de un hilo
Así como el derecho a una buena administración es predicable en sociedades democráticas, puesto que el acento de la actividad administrativa debe ponerse en la persona, en el ciudadano, para garantizar la libertad y la satisfacción y ejercicio de sus derechos y libertades individuales. Lo mismo ocurre con la buena gobernanza, ya que ambas pivotan en torno a la persona, con lo cual ambos persiguen un funcionamiento transparente de la Administración, que esté abierta al escrutinio público, que se promueva la participación ciudadana y la innovación, con el fin de maximizar el uso de los recursos disponibles para alcanzar los mejores resultados posibles, apuntalando la dignidad humana, desterrando el desperdicio de tiempo, recursos y esfuerzo, entre otros fines que surgen de la nueva relación del ciudadano con la Administración luego de reconocerse y consagrarse el derecho fundamental a una buena administración.
Sabemos que los derechos humanos constituyen una ficción. Una ficción que juega un papel de primer orden, esto es, tutelar la dignidad humana, como un derecho que nos permite el pleno desarrollo de nuestra personalidad, constituirnos como seres únicos, que elijamos libremente nuestros valores y principios, ser capaces de alcanzar nuestro proyecto de vida, acorde a nuestras habilidades, ambiciones y deseos. Es por ello que, la dignidad humana legítima todo el sistema institucional, cuya acción primordial es ensalzarla.
Esos derechos surgieron para proteger al individuo frente al Estado, para limitarlo y obligarlo a ser responsable por cualquier atrocidad que se perpetre contra los individuos y las libertades negativas. Eso originó el reconocimiento de los derechos fundamentales y, a la vez, ese es el fin que deben alcanzar, para permitir a los ciudadanos a vivir gozando plenamente de sus derechos.
Tutelar y salvaguardar la dignidad constituye el fundamento ético y jurídico de los derechos humanos y su protección, aunque, en la práctica, se encuentran en un estado de tensión constante debido a las complejas dinámicas sociales, políticas y económicas que rigen las interacciones humanas y los sistemas de poder. A pesar de su proclamación universal, su violación es un fenómeno inevitable que ocurre en cualquier momento y lugar. Este carácter inestable y dinámico no implica que no se valoren, sino que subraya la necesidad de fortalecer su protección y garantizar que su transgresión no quede impune jamás.
La violación de los derechos humanos sistemática, habitual e impune suele estar ligada a factores como conflictos armados, autoritarismo, corrupción desmedida y la fragilidad de las instituciones o su carácter extractivo que impiden el desarrollo. Estos factores contribuyen e incentivan a que los derechos, aunque universalmente reconocidos, sean violados por actores estatales y no estatales.
El escenario ideal es que en nuestra cotidianidad lo que debe distinguir a los derechos humanos no es su vulnerabilidad, sino el esfuerzo sostenido, individualmente, por asociaciones civiles, Estados y organizaciones internacionales con el fin de prevenir su violación y asegurar que se sancione a los responsables para lograr que no se repitan los atroces hechos y minimizar su desconocimiento, para que la sociedad jamás dude que la justicia es un valor protegido, alcanzable y necesario para la paz y la existencia de la democracia, pues se trata, ante todo, de un compromiso con la dignidad humana. La democracia solo es tal si se respetan los derechos individuales, la libertad, la propiedad privada, los derechos humanos y el Estado de Derecho.
Ese esfuerzo debe originarse y basarse en un genuino compromiso ético, honesto, que busca construir realidades en las que la persona sea libre de dirigir su vida, a pesar de la evidente vulnerabilidad de esos derechos que exigen construir sistemas que aseguren su irrestricto cumplimiento como regla general y cotidiana. Esto evidencia que los derechos humanos son un fenómeno que se construye y destruye constantemente. Los derechos humanos no son un estado alcanzado, sino un proceso continuo que requiere vigilancia y acción constante.
Este proceso inacabado requiere no solo la acción de los Estados y de las organizaciones internacionales, sino principal y primordialmente de la sociedad civil, que debe involucrarse decisivamente en la necesaria promoción de una cultura que reconozca a los derechos humanos como un factor irrenunciable para una vida en libertad (digna).
Es indispensable encontrar los mecanismos adecuados para que toda persona pueda comprender la relevancia de limitar el poder y proteger los derechos humanos, los cuales no deben ser comprometidos o sacrificados bajo ninguna circunstancia, sea política o de cualquier otra naturaleza. El cine, gracias a su amplio alcance, sumado a la universalidad inherente de los derechos fundamentales, se presenta como una herramienta poderosa, al alcance de todos, para así hablar un mismo idioma (cinematográfico), para educar y generar conciencia sobre su importancia y la necesidad de salvaguardarlos y defenderlos.
La educación en derechos humanos es crucial para promover una cultura de límite, garantía y responsabilidad que se perpetúe a lo largo de las generaciones. Esto refuerza la pertinencia de una línea de investigación sobre Derechos Humanos y Cine, cuyo objetivo principal sea destacar y evidenciar su importancia para asegurar las condiciones que permitan un mundo verdaderamente construido por los individuos y el orden espontáneo, en lugar de un sistema dirigido y planificado centralmente para configurar coactivamente el devenir de la sociedad y el comportamiento de los individuos reos del poder.
La sociedad civil organizada desempeña un papel crucial como barrera frente a la arbitrariedad y el abuso de poder, actuando como el principal vigilante de las instituciones y de los actores que ejercen autoridad. Los defensores de derechos humanos, al asumir el máximo riesgo en su labor, se erigen como guardianes de la dignidad humana, enfrentando amenazas que van desde la persecución hasta la violencia.
Ese compromiso es esencial en un mundo donde los derechos humanos son frágiles y están en su paradójica tensión entre existencia y muerte (desconocimiento). Sin esta firme labor de vigilancia y defensa, la sociedad se enfrentaría a un escenario de mayor vulnerabilidad frente a la opresión y la injusta tiranía, lo que subraya la importancia de respaldar y agradecer a quienes se dedican a proteger y promover los derechos fundamentales. A la vez de invitarnos a sumarnos a emprender esa importante tarea de acuerdo con nuestras posibilidades, pero ello solo ocurrirá si nuestro entorno cuenta con las fuentes necesarias (v.gr.: cine) para comprender que depende del ciudadano la construcción de su propio destino (autonomía).
Dado que los derechos humanos se encuentran en ese proceso constante de avance y retroceso, la gobernanza depende de la estabilidad y el respeto hacia estos derechos. En este contexto, la sinergia entre la sociedad civil y el Estado es de vital importancia para promover y alcanzar su máxima protección, pues la gobernanza depende de un hilo en esa dinámica, de ahí que lograr estabilidad supone el requerido esfuerzo conjunto (público-privado), lo cual es de máximo interés porque sin derechos humanos no hay democracia y mucho menos es posible predicar la gobernanza como un modelo de desarrollo, en el que la iniciativa privada se respeta y garantiza por ser un instrumento esencial para alcanzar las metas y cometidos de un Estado garante. Sin derechos fundamentales resulta imposible hablar de gobernanza.
Dr. Carlos Reverón Boulton
Investigador colaborador del Instituto de Buen Gobierno y Calidad Democrática